Las zonas mineras, sobre todo las más cercanas a las explotaciones o a los antiguos yacimientos, tradicionalmente son zonas sometidas a una importante presión medioambiental que en la mayoría de los casos se traduce en la degradación y la alteración del medio circundante, que suele quedar desprovisto de vegetación arbórea y arbustiva permitiendo, la continua pérdida de suelo por arrastre, una fuerte erosión y como consecuencia la aparición de torrenteras que durante los periodos de fuertes tormentas y precipitaciones, arrastran muchos sedimentos que en ocasiones llegan a las poblaciones o núcleos de población cercanos provocando inundaciones y riadas con sus consabidas consecuencias.